Esta ciudad, este Madrid distinto que grita a quienes saben escuchar que
aún sigue siendo el mismo. Que al cerrar por las noches el H&M de
Gran Vía, las sombras de las estanterías del SEPU vuelven a su ubicación
original, como la cafetería Nebraska, que aguarda agazapada desde el
recuerdo a que volvamos a desayunar en sus mesas un domingo por la mañana, aunque sólo sea desde la memoria.
Todo
ha cambiado a los ojos de quienes pasamos despacio por la ciudad o
todo sigue igual a la vista de los recién llegados, pero los fantasmas
siguen cada noche del sábado bajando las escaleras del Xenon de Callao,
esperando que alguien le devuelva a la ciudad su insomnio aventurero y
el éxtasis de una noche que se negaba a morir, prolongándose por la
mañana, o en mitad de la madrugada comiendo pizza en La Recoba.
No
hay ruinas, sólo fantasmas que se dispersarán cuando se apague la luz
de nuestros ojos o la memoria se vuelva difusa y sólo quede un puñado de
fotos ajadas.
La vida que nos prometían entonces era una
continua fiesta en la que todo podía suceder. Y lo que sucedió
finalmente fue que despertamos. Pero algo perdura además de la música de
entonces, que nunca acaba de irse del todo cuando ya está de vuelta con
nuevas e infinitas versiones, condenadas a seguir volviendo una y otra
vez.
La ciudad debe seguir creciendo, la noche debe seguir
mutando y las nuevas generaciones han de seguir con la tradición de
reivindicar su tiempo como el más inolvidable, antes de que el alzhéimer
les alcance .
Aún recuerdo al dueño de Why Not? poniendo copas
en el Ricks antes de gastarse un dinero imposible en zapatos que sólo él
es capaz de llevar con naturalidad.
Buscábamos el amor en la
pista de baile, cómo mandan los cánones de la música disco y solicitando
un boli y un papel en la barra de turno, sin móviles, sin PDA.
Internet
aún era una pantalla en negro y verde y el mundo que estaba por ser
descubierto habitaba en la calle, como la comida del hombre prehistórico
antes de la irrupción de los supermercados millones de años después.
Y
millones de años después, nos lanzamos al consumo en un tiempo en que
podías hacer la compra los domingos en grandes centros comerciales de
aquellos años: Continente, Prica, Simago, hoy reconvertidos todos en
Carrefour y Maxi-DIA.
De aquellos días sólo se repite la
oscuridad de la noche y las ganas de seguir escuchando música, antaño en
un Walkman a Cassette, luego en reproductores portátiles de CD, hasta
llegar a los reproductores MP3 con pantalla táctil
Y es que no
importa cuanto cambien los escenarios ni cuanto avance la tecnología, el
hombre siempre es el mismo. Al igual que las gripes que azotan las
ciudades en invierno, las ganas de sentirse bien, de encontrar a la
persona de tu vida y pasar una noche inolvidable con los amigos, se
renueva cada día con sus aciertos y decepciones, generación a
generación. Y no puede ser contenido en ningún lugar físico más que en
la memoria, lo que nos sigue obligando disfrutar de lo que hemos
conseguido o buscar lo que aún necesitamos. Gracias a Dios.
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